- Lunes, 3 de junio del 2013
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- Publicado por: Martín Anaya
El ser humano se mueve a veces con aparente naturalidad entre el equilibrio y el exceso, entre la armonía y el abismo. La cirugía estética nació con la finalidad de modificar aquellas partes del cuerpo que no son satisfactorias para el paciente. En sus orígenes y en su finalidad este tipo de medicina apela efectivamente al equilibrio y a la armonía.
Quizá lo que ha ido ocurriendo en la sociedad occidental desde que la cirugía plástica dio sus primeros pasos hasta ahora, pueda ser una de las causas de un fenómeno que se conoce como dismorfofóbia y que tiene que ver con esas personas que sufren, por decirlo de alguna manera, adicción al bisturí y para las que el aspecto físico se convierte en una obsesión. Viven cualquier defecto o rasgo de su cuerpo, aún sin existir tal, de una forma exagerada y con gran dolor emocional, ocupando gran parte de su tiempo físico y mental en intentar solucionarlo. Se estima que entre un 1 y un 2% de la población mundial
No podemos olvidar que España está cada año en el top ten de operaciones de estética a nivel mundial. Así que el peligro de que este fenómeno pueda tener más repercusión en nuestro país es claro.
La obsesión por tener un cuerpo perfecto puede derivar en casos extremos en trastornos psicológicos. Para los cirujanos plásticos no es difícil localizar a este tipo de paciente, ya que suele demostrar un rechazo absoluto a su cuerpo y tiene una falta de autoestima patológica. Describen sus defectos de una forma muy exagerada y no escuchan los consejos del especialista. Si llegan a ser operados, su insatisfacción por el resultado estará asegurada. Obviamente nuestra obligación es siempre derivar a estas personas hacia terapias psicológicas que puedan arreglar sus trastorno.